🇮🇹 Versione italiana 🇺🇸 English version

Ciudad del Vaticano – Silere non possum publica en exclusiva la carta de 2002 del entonces Prior General de la Orden de San Agustín, Robert Francis Prevost. Hoy, ese mismo religioso se ha convertido en León XIV, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal.

Meditar sobre estos textos puede ayudarnos a comprender más profundamente la espiritualidad de nuestro amado Papa.

Una carta que aún habla hoy

El 13 de noviembre de 2002, con ocasión de la Fiesta de Todos los Santos de la Orden y en memoria del nacimiento de nuestro Santo Padre Agustín, el padre Prevost escribía a los hermanos agustinos para invitarles a reflexionar sobre el sentido de la vida religiosa en el mundo contemporáneo. A más de veinte años de distancia, aquellas palabras conservan una sorprendente actualidad.

El futuro Pontífice hablaba entonces de un mundo herido por la violencia, todavía sacudido por los atentados del 11 de septiembre de 2001, y de una Iglesia que se interrogaba a cuarenta años de la apertura del Concilio Vaticano II. En medio de tensiones, crisis y escándalos, el entonces Prior General pedía no perder la esperanza, sino dejarse guiar por la luz del Evangelio y por la espiritualidad agustiniana, fundada en la comunión, la contemplación y el servicio.

La unidad en la diversidad

Uno de los puntos centrales de la carta es el llamamiento a reconocer la unidad como un don, no como uniformidad. El padre Prevost advierte del riesgo de una vida religiosa vivida en el repliegue individual o en el aislamiento de las comunidades, invitando en cambio a cultivar relaciones auténticas y una comunión que se abra al mundo.

Dentro de la vida agustiniana –escribe– deben brillar los signos de una fraternidad verdadera, hecha de compartición real de los bienes, oración litúrgica vivida, atención a los pobres y estudio como vía de búsqueda de la verdad. Es una visión que propone una vida que sea testimonio visible del Reino de Dios.



Un llamado a la santidad concreta

Para el Papa, la santidad no es una huida espiritualista ni un ideal abstracto, sino una vida profundamente humana: plenamente insertada en la historia, atenta a los sufrimientos de las personas, capaz de hablar un lenguaje comprensible para los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Escribe: “Ser santos significa ser plenamente humanos en una sociedad que muchos experimentan como inhumana”. La santidad nace del corazón, es amor activo, es solidaridad concreta, es testimonio visible. Un pasaje de la carta cita al cardenal Léon-Joseph Suenens: “Dar testimonio significa vivir de una manera que sería inexplicable si Dios no existiera”.

La misión de la Orden y de la Iglesia

El documento propone también un programa concreto de renovación: una formación más sólida, una misión más profética, un compromiso más generoso con los pobres, en particular con África, y una presencia significativa en las instituciones internacionales, como la sede de la ONU en Nueva York, donde los agustinos ya estaban activos.

El padre Prevost se remite finalmente a la figura de san Alonso de Orozco, agustino que vivió en el siglo XVI y que, a pesar de tener cargos prestigiosos en la corte de Felipe II, eligió vivir con radicalidad evangélica en comunidad. También hoy –escribía– estamos llamados a vivir juntos, para mostrar que existe una alternativa a la división, a la soledad, a la injusticia.

Conocer a León XIV

Releer hoy este texto significa entrar en el corazón de quien, hace más de veinte años, expresaba con lucidez y pasión lo que creía fundamental para la vida de la Iglesia y de la humanidad. Aquel religioso agustino es hoy el Papa León XIV, y lleva consigo, en el ministerio petrino, ese mismo deseo de unidad, santidad y servicio.

En el tiempo de las apariencias y de la superficialidad, estos escritos nos invitan a la profundidad, a lo esencial, a recomenzar desde Dios. Silere non possum publica estas palabras, que no solo relatan el pasado, sino que también señalan un camino para el futuro.

Marco Felipe Perfetti
Silere non possum