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Ciudad del Vaticano – En la Iglesia católica –y, con especial evidencia, en ciertos segmentos del clero– se observa desde hace tiempo una curiosa constante: el reflejo casi automático de minimizar el drama vivido por los demás (religiosas víctimas de abusos de conciencia, hermanos en crisis, comunidades devastadas) mientras, al mismo tiempo, se amplifican hasta el infinito las propias batallas personales, el propio odio y las supuestas heridas propias. Se trata de una dinámica cada vez más presente también entre aquellas mujeres que reivindican no tener suficiente espacio en la Iglesia, pero luego, cuando ven que a otra mujer le conceden algún nombramiento, le hacen la guerra y la difaman.

Es un mecanismo psicológico bien conocido en la literatura: la tendencia narcisista del “doble registro moral”, que conduce a juicios ligeros sobre la vida ajena y a la auto-absolución cuando la cuestión afecta a la propia imagen. Los estudios sobre el narcisismo pastoral describen exactamente este habitus, identificando cuatro estilos (equilibrado, vulnerable, patente y enmascarado) que se manifiestan en el ministerio y en la conducción de las comunidades. Al mismo tiempo, las investigaciones sobre abusos espirituales ponen de relieve cómo la desvalorización sistemática de la experiencia de las víctimas constituye un auténtico “abuso de poder religioso”, con consecuencias traumáticas a largo plazo.

La investigación Rupnik: un caso emblemático

En diciembre de 2022, Silere non possum publicó en exclusiva la investigación sobre las acusaciones dirigidas a Marko Ivan Rupnik, contando con acceso a documentos reservados del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que ningún extraño puede consultar, ni siquiera el abogado de las víctimas. Aun así –como es sabido– no faltaron los habituales “chacales” del periodismo y los psicoblogs, dispuestos a retomar la noticia y atribuirse la autoría para conseguir visibilidad. Se trata de una práctica éticamente reprochable, condenada incluso por la Orden de Periodistas, la cual, sin embargo, no interviene cuando llegan denuncias contra estos pseudo-profesionales.

Silere non possum no reivindica la exclusiva por vanidad, sino para subrayar –tal como se afirmó desde el principio– que la denuncia del caso Rupnik partió del interior del Dicasterio. Esta cuestión es fundamental para comprender la verdad y para desmontar esa falsa narrativa según la cual “los curas” o “la Iglesia” encubrirían todo. Falso: Silere non possum –compuesto, como se sabe, por presbíteros que prestan su ministerio dentro de la Curia Romana– sacó este caso a la luz.

El dato es decisivo: la narrativa propuesta aún hoy por ciertos “periodiqueros” es falsa y tergiversada, porque las víctimas no hablaron con ninguno de ellos (y, si lo hicieron en el pasado, ciertamente no en 2022), ni ningún reportero quiso entonces derribar aquel muro de silencio.

¿Por qué ese silencio?

Ignoramos las razones profundas, pero sabemos que muchos “cuentacuentos” prefieren subirse al carro del vencedor: si la noticia puede dañar a figuras poderosas –por dinero, prestigio o protección dentro de las redacciones– se prefiere mirar hacia otro lado. Es lo que hacen, por ejemplo, sujetos como Andrea Tornielli y otros del Dicasterio para la Comunicación, siempre listos para señalar solo a “abusadores” pobres e indefensos. No en vano, muchos temían a Rupnik: además de su fama artística, dispone de recursos económicos y de relaciones que le garantizan una singular inmunidad. Existe, además, el ya famoso filtro de las redacciones: las noticias “incómodas” se bloquean desde niveles superiores, y quien detenta el poder sabe frenar la difusión de material potencialmente explosivo.

De la lucha contra los abusos… a la lucha por la ideología

Mucho más grave es la actitud de ciertos entes que –al menos de palabra– dicen luchar contra los abusos. En realidad, muchos de ellos parecen micro-lobbies nacidos con el único propósito de vehicular una narrativa prefabricada. El objetivo no es la tutela de las víctimas, sino la promoción de agendas concretas o de sí mismos.

Por eso, cuando se habla del “caso Rupnik”, rara vez se cita la fuente primaria de la investigación: Silere non possum. La omisión no obedece solo al ego o al narcisismo (que abundan entre los “periodiqueros”), sino a una estrategia deliberada para “no dar a conocer” los documentos y para que el lector no descubra todos los fallos de la actuación de estos chacales de la información. Intento fallido: el sitio se lee en todo el mundo –los datos de tráfico lo demuestran– y basta preguntar a cualquier clérigo o laico comprometido para confirmarlo. En una época en la que la prensa impresa y la TV están en declive, el auténtico riesgo es más bien el contrario: Silere non possum no necesita “publicitar” ciertos periódicos.

Lo vimos cuando salieron a la luz las dos primeras entregas de la investigación que deja al descubierto la actuación del Dicasterio para la Comunicación y de los “periodiqueros” y “falsos periodiqueros” que pueblan el mundo para-vaticano. [Aquí] y [aquí]. Bastó poner en evidencia los fallos que cometen para que destilaran bilis en Piazza Pia, y nosotros no podemos estar más satisfechos.

Psicología de la desvalorización y abuso espiritual

La dinámica que describimos encaja en un patrón bien documentado: el spiritual looping, es decir, el proceso por el cual algunas personas desplazan constantemente la atención de los traumas ajenos a sus propias batallas identitarias. La desvalorización de la experiencia de los demás es un acto de abuso espiritual, mientras la búsqueda de visibilidad personal suele asociarse a rasgos narcisistas desadaptativos. Todo ello conduce a lo que la psicóloga Diane Langberg denomina “re-traumatización institucional”: las víctimas, ya heridas, sufren un segundo trauma cuando la comunidad religiosa banaliza su dolor.

Silere non possum fue el primer portal en hablar abiertamente de abusos psicológicos perpetrados dentro de estructuras eclesiásticas, a menudo por personas que se ufanan del título de psicólogos sin respetar código deontológico alguno y formadas en universidades pontificias. Hemos dado voz a seminaristas, monjas, religiosos, sacerdotes, obispos y cardenales a quienes con frecuencia se niega cualquier posibilidad de denuncia pública. El riesgo para estas personas es muy alto cada vez que abren la boca; por eso siempre hemos protegido celosamente su identidad y jamás nada ha salido de nuestra redacción (¡ni saldrá!).

El caso Zen y el periodismo de asalto

Siempre que tocamos un nervio expuesto, se lanzan al asalto los calumniadores profesionales, que luego pierden toda su arrogancia ante los fiscales. Pero si recibes un ataque, significa que estás trabajando bien. Nunca olvidamos una de las máximas que inspiraron desde el principio al sitio y a su fundador: “Ama la verdad; muéstrate tal como eres, sin fingimientos, sin miedos y sin miramientos. Y si la verdad te cuesta persecución, acéptala; y si tormento, sopórtalo. Y si por la verdad debieras sacrificarte a ti mismo y tu vida, sé fuerte en el sacrificio”.

Baste pensar en el episodio de las Congregaciones Generales preparatorias del Cónclave para entender cómo trabaja Silere non possum y cómo trabajan los “periodiqueros”: el cardenal chino Joseph Zen pronunció un discurso apasionado, tocando –con gran prudencia– temas relacionados con China. Ya habíamos recibido el relato de cardenales presentes, pero al publicar el resumen no revelamos su nombre. Pocos días después, el texto completo empezó a circular entre los periodistas, que corrieron a disputarse la exclusiva sin plantearse posibles riesgos para el purpurado. He ahí la diferencia entre quien informa con responsabilidad eclesial, consciente de lo que vive el clero, y quien lo hace para lucirse.

Los cardenales prestan juramento al acceder a las Congregaciones Generales; revelar nombres pone en peligro a esas personas. Precisamente por eso Silere non possum nunca revela los nombres de quienes entrevista: tratamos asuntos muy serios, no los caramelitos que se reparten en Santa Marta.

Las fanfarronadas de algunos “expertos”

Conviene desconfiar de quien proclama tener entradas privilegiadas en el Vaticano o hablar con el Papa. Pensemos en el caso de Fabio Marchese Ragona, que decía estar ya de acuerdo con el cardenal Prevost para un encuentro “post-cónclave” cuando en marzo el Papa Francisco estaba –vivo y coleando– en plena actividad pastoral. Tampoco faltan los “falsos periodiqueros” que confunden una misa con unas vísperas y, tras copiar a Silere non possum, hacen pasar el material por fruto de sus propias fuentes.

Está claro, pues, que ese intento de “oscurecer” Silere non possum, procurando no citarlo o incluso desacreditarlo, no nace solo de ansias de protagonismo. En un ambiente clerical reducido es fácil verificar fechas de publicación y procedencia de los documentos. Algunos son tan ridículos que nos los señalan continuamente. Las denuncias de material copiado son innumerables –pero, francamente, no nos inquieta: la calidad del trabajo habla por sí sola y ahora también los números. Además, dejando aparte algún reprimido que actúa ideológicamente, la mayoría sabe bien dónde acudir para obtener información fresca, veraz, documentada y bien explicada.

Abusos reales, abusos instrumentales

Con demasiada frecuencia, los instrumentos jurídicos se retuercen para fines de venganza personal: hay quien recurre a la acusación de abuso porque fue expulsado del seminario, porque está enfrentado con el obispo o porque la comunidad religiosa no le concedió lo que quería. De ahí el error –cometido por muchos cronistas– de tachar a Rupnik de “abusador” sin esperar sentencia alguna.

Nuestra denuncia fue muy distinta, y es por eso que alguien intenta oscurecer la fuente: desde dentro del Dicasterio se denunciaba la existencia de presiones superiores destinadas a impedir un proceso. Esas presiones provenían directamente del Papa. No sostenemos ni la culpabilidad ni la inocencia de Rupnik: hemos pedido un proceso, porque solo un juez imparcial, con todas las pruebas en la mano, puede pronunciarse.

Datos incontestables:

El Papa Francisco revocó la excomunión a Rupnik. Lo acreditan documentos firmados “Franciscus” a los que hemos tenido acceso nosotros, no las “periodiqueras” analfabetas.

El Dicasterio para la Doctrina de la Fe consideró a Rupnik culpable de actos contra el sexto mandamiento con una persona luego absuelta en confesión; un acto consensuado y, por tanto, distinto –según el derecho– de los “abusos”.

Rupnik desobedeció sistemáticamente las prescripciones de los jesuitas y de la diócesis. La Orden, sin embargo, ignoró durante mucho tiempo esas violaciones hasta que la explosión mediática –desencadenada precisamente por nuestras revelaciones– la obligó a intervenir.

Quienes libran grandes batallas contra la Iglesia Católica deben tener la honestidad intelectual de contar las cosas como son y, quizá, ser coherentes entre las luchas que emprenden y los casos concretos, sin querer a toda costa surfear la ola del escándalo. Además, por mucho que la Compañía de Jesús se haya esforzado en hacerse amiga de los periodistas, alguien debería reconocer que la primera responsabilidad es, precisamente, de ellos, que siempre permitieron a Rupnik hacer lo que le daba la gana y no intervinieron cuando violaba flagrantemente las restricciones… hasta que publicamos la noticia nosotros.

El “caso Raguso” y la desvalorización selectiva

Hoy queremos centrarnos en Fabrizia Raguso, autoproclamada paladina de las víctimas de abusos.

La señora, conocida por su arrogancia, enseña en universidades católicas en el extranjero y pertenece a esa cohorte de mujeres que pretende enseñar en ateneos católicos (habría que preguntarse dónde podría enseñar si no) pero quiere propagar teorías contrarias a las enseñanzas de la Iglesia, por ejemplo sobre el papel de la mujer. Raguso no solo no reconoce el trabajo de Silere non possum, sino que difama a quien la contradiga, privilegiando a “periodiqueras” como Federica Tourn, dispuestas a llamar “abusador” a cualquiera sin sentencia firme. Raguso incluso despachó las violencias en el monasterio de San Giacomo di Veglia (Vittorio Veneto) como “divagaciones”, despreciando no solo su dolor y sus heridas, sino también documentos oficiales publicados íntegramente por nosotros. Alguien comentó con razón: “Se puede criticar lo que sea, pero ante una investigación sustentada solo en documentos, demuestras ser ideológica y reprimida con salidas así”. Al fin y al cabo, si a los sesenta años pasas tu tiempo así, no se te puede llamar de otra forma que reprimida.

Esta desvalorización selectiva –según la cual solo serían dignas de escucha las víctimas que respalden la propia narrativa– es un rasgo típico de las llamadas “falsas víctimas” descritas por numerosos estudios de psicotraumatología y abuso espiritual. Quien insulta en lugar de argumentar revela mucho más de sí que del adversario; no sorprende que, ante impugnaciones en los foros adecuados, esos “leones de teclado” se vuelvan corderitos.

Sorprende que alguien no advierta cuánto, actuando así, está en realidad revelando su propia naturaleza. Es el mismo mecanismo que alimenta a ciertos odiadores seriales, seguidos constantemente por un puñado de frustrados en busca de basura, como moscas atraídas por la inmundicia. No por casualidad, suelen ser precisamente estos personajes los que ya han sido desenmascarados puntualmente por Silere non possum.

Por desgracia, también en la Iglesia hay quien usa la “lucha contra los abusos” como escaparate para sí o como arma contra sus enemigos. Y es precisamente en defensa de las verdaderas víctimas de abusos que Silere non possum lleva años comprometido con la verdad y en la lucha contra esa información “generosamente pagada” incluso por los ciudadanos, obligados a abonar el canon en las facturas.

Y, sin embargo, las verdaderas víctimas –monjas, monjes, seminaristas, sacerdotes, obispos– no están solas. Seguimos diciéndoles: denuncien sin temor, sobre todo cuando se trate de abusos psicológicos y de poder, terreno fértil para violencias aún más graves. Silere non possum permanecerá a su lado, seguros de que el Señor camina con quienes buscan la verdad y la justicia.

d.P.E., s.F.R. y F.P.
Silere non possum