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Ciudad del Vaticano – El Palacio Apostólico, situado en la Ciudad del Vaticano, es la residencia oficial del Papa y el centro administrativo de la Iglesia católica. Este complejo arquitectónico cuenta con más de mil habitaciones, entre ellas varias residencias, la Capilla Sixtina, la Capilla Paulina y las Estancias de Rafael. Además de ser el hogar del Pontífice, alberga oficinas de la Curia Romana, bibliotecas, archivos y museos, representando así el corazón espiritual y operativo de la Santa Sede.

El regreso de León XIV

Tras un periodo de renovación iniciado en los últimos días, el Papa León XIV está por trasladarse a los Apartamentos Pontificios, ubicados en el tercer piso del Palacio Apostólico. Estas obras, como es tradición, se realizan para adaptar la residencia a las necesidades del nuevo Pontífice, una costumbre consolidada que cada Papa ha seguido con el paso del tiempo. Fue el Papa Francisco quien rompió esta tradición, optando por quedarse en la Domus Sanctae Marthae.

Tradicionalmente, los Papas residían en el Palacio del Quirinal, pero tras la Brecha de Porta Pia en 1870 y la anexión de Roma al Reino de Italia, la residencia papal fue trasladada al Palacio Apostólico del Vaticano. Sin embargo, el Papa Pío IX, aunque se estableció en dicho palacio, no ocupó los apartamentos que ahora se destinan a León XIV.

Fue el Papa Pío X quien inició la costumbre de residir en el tercer piso del Palacio Apostólico. Esta tradición ha sido respetada por todos sus sucesores, con la única excepción de Francisco. Elegido en 2013, Francisco decidió no vivir en los Apartamentos Pontificios, prefiriendo quedarse en la Domus Sanctae Marthae, la cual ha sido modificada varias veces para adaptarse a sus requerimientos. El Palacio Apostólico fue usado solo para audiencias oficiales y para el Ángelus dominical desde la ventana con vista a la Plaza de San Pedro.

Cada Papa ha aportado modificaciones y restauraciones al Palacio Apostólico para adaptarlo a su estilo y sensibilidad. El último en hacerlo fue Benedicto XVI, quien en 2005, tras la muerte de San Juan Pablo II, reformó los Apartamentos Pontificios para albergar, entre otras cosas, su extensa biblioteca personal de más de 20.000 volúmenes. Las obras se realizaron incluso en verano, aprovechando la estadía tradicional del Papa en Castel Gandolfo.

La residencia del Secretario de Estado

El apartamento del Secretario de Estado se encuentra dentro del Palacio Apostólico Vaticano, en el primer piso, y muchos lo consideran incluso más bello que el actual del Papa. Esto se debe a que ha conservado su estilo barroco original, al haber sido diseñado para el Pontífice que residió allí hasta el pontificado de León XIII. Fue el Papa Pío Xquien se trasladó al tercer piso, donde hasta hoy residen los Papas.

Actualmente, es la residencia oficial del Cardenal Secretario de Estado, la figura más cercana al Papa en el gobierno de la Iglesia y su colaborador principal.

¿Lujo o sobriedad? El problema es otro

La elección de León XIV aparece como una decisión sobria y prudente. El apartamento papal, conocido en el Vaticano simplemente como "el apartamento", no es un lugar lujoso o fastuoso, sino que destaca por su austeridad y una cierta nobleza arquitectónica. A diferencia de Casa Santa Marta, su ubicación en el tercer piso del Palacio Apostólicogarantiza mayor privacidad y una protección más efectiva para el Papa.

No se trata solo de seguridad en sentido estricto — que, es importante aclararlo, corresponde exclusivamente a la Guardia Suiza Pontificia dentro del Palacio Apostólico. Lo señalamos porque, en estos años, algunos han cruzado límites inaceptables. Hasta que no surgió la temeraria idea de permitir el ingreso de la Gendarmería para realizar una redada en la Tercera Logia contra la Secretaría de Estado, el acceso a ese lugar estaba vedado para ellos.

Uno de los aspectos que más perjudicó al pontificado de Francisco en estos doce años fue justamente el acceso excesivamente fácil que muchas personas tuvieron al Papa. Individuos que, con una familiaridad poco sana, le exponían opiniones personales cargadas de juicios y acusaciones contra clérigos.

Este comportamiento destructivo y clericalista ha sido, lamentablemente, contagiado también a los laicos. En la Iglesia se ha arraigado una práctica tóxica: la de la calumnia como herramienta para desacreditar a hermanos o laicos incómodos. Poco importan las pruebas o la relevancia real de los hechos: lo importante es lanzar barro y ver si se adhiere.

Este estilo, típicamente clerical, va de la mano con un mecanismo conocido en el entorno eclesiástico: la proyección psicológica. Ocurre que quienes más tienen que ocultar, son los primeros en calumniar a otros, utilizando a personas ingenuas o cómplices para diseminar sus acusaciones. Por eso, Silere non possum ha advertido repetidamente sobre el peligroso sistema de lobbies periodísticos dentro de la Iglesia. El "cronista despistado", que apenas comprende lo que sucede a su alrededor, termina —incluso sin querer— difundiendo información falsa.

Las calumnias que estos personajes difunden son como ciertos relatos vendidos como verdades absolutas, pero están muy lejos de serlo. Pensemos, por ejemplo, en esos "pseudo periodistas" que aseguran saber con certeza lo ocurrido durante el Cónclave. En realidad, los problemas son dos: la mayoría de las veces la información es copia-pega de otras fuentes, de relatos de segunda mano recogidos por algún jovencito curioso, o, en el mejor de los casos, por una confidencia arrancada a UN solo cardenal.

La verdad es que quien conoce bien ciertos ambientes, sabe que todo relato tiene una intención detrás. Y que ninguna historia puede tomarse en serio sin al menos tres confirmaciones independientes. Por eso, antes de escribir, hay que pensar.

Sin embargo, el mecanismo ya está bien aceitado: prelados que filtran rumores, supuestos “amigos de cardenales” que viven del chisme, modistas que cuentan lo que dijo el cardenal mientras se probaba la casulla... Un sistema alimentado por rumores y "me contaron que...". Si estas personas tuvieran el coraje de dar la cara, sería fácil desenmascararlas: basta ver su historia personal para entender que, a menudo, la boca que acusa está más comprometida que los oídos que escuchan.

Así se ha gobernado la Iglesia y el Vaticano en estos doce años. Algunos se presentaban ante el Papa acusando supuestos comportamientos inmorales, corrupción o oscuros secretos de colaboradores. A Santa Marta podía entrar cualquiera con acusaciones sin fundamento contra obispos o sacerdotes, sin que se preguntara quién era realmente ese acusador, cuáles eran sus motivaciones y, sobre todo, qué pruebas tenía.

Silere non possum lo ha subrayado muchas veces: cada vez que te enfrentas a declaraciones sin documentos, irrelevantes o fuera de contexto, cuyo único fin es desacreditar a alguien, clérigo o laico, la verdadera pregunta es: ¿qué motiva a esa persona a hablar?

La mayoría de las veces, descubrirás que el atacado sin fundamentos es justamente quien había señalado algo comprometedor sobre el acusador. Y en el mejor de los casos, se trata simplemente de envidia o frustración contra personas que viven con serenidad, que tienen carrera, son respetadas y sirven a la Iglesia. Todo eso que, normalmente, los calumniadores —que con razón algunos llaman "reprimidos"— no tienen. Pensemos, por ejemplo, en esos clérigos nostálgicos del 68 que atacan a sus jóvenes compañeros solo por envidia. Y así, cada uno de sus gestos se convierte en objeto de chisme y crítica.

Este patrón se repite en decenas de casos de personas que servían en el Vaticano y que, de un día para otro, tuvieron que regresar a sus diócesis porque el Papa prefirió dar crédito al chisme de “hermanos celosos y reprimidos” o “laicos tóxicos y también reprimidos” en contra de cardenales, obispos, sacerdotes e incluso laicos.

d.G.C.
Silere non possum