Ciudad del Vaticano – Esta mañana, el Papa León XIV ha inaugurado el nuevo Año Académico de la Pontificia Universidad Lateranense, un acontecimiento que, tanto en sus palabras como en sus gestos, ha asumido un significado muy relevante. No solo porque se trata del 253.º aniversario de la fundación del Ateneo, sino porque el Pontífice ha querido subrayar públicamente –y afectivamente– el vínculo particular que lo une a esta institución: «mi Universidad».
Una expresión que no ha pasado desapercibida y que ha encontrado ulterior confirmación en las palabras del Rector Magnífico, S.E.R. Mons. Alfonso Amarante. Al relatar el origen de la invitación dirigida al Papa, reveló un detalle significativo: cuando se le pidió que asistiera a la inauguración, León XIV respondió sin dudarlo: «Por supuesto, voy encantado a inaugurarla porque es mi Universidad y debo empezar por ella». Una decisión que suena a acto de paternidad y, al mismo tiempo, a una declaración de responsabilidad: el Papa como primer custodio de un lugar de pensamiento, formación y discernimiento.

Un clima de fiesta
A su llegada, el Santo Padre fue recibido con entusiasmo: aplausos prolongados, sonrisas y estudiantes reunidos desde primeras horas de la mañana. Antes de la ceremonia, León XIV quiso encontrarse con ellos, con los estudiantes. Un gesto sencillo, pero capaz de marcar el tono de toda la jornada: una universidad que no inaugura un año burocrático, sino un camino compartido.
El discurso del Papa: identidad y misión
En su intervención, el Papa entrelazó dos ejes fundamentales: la historia de la Lateranense y la misión que le corresponde hoy. Recordó cómo el Ateneo mantiene un vínculo único con el Sucesor de Pedro desde sus orígenes, un lazo que atraviesa diversos pontificados –de Pío IX a León XIII, de Pío XII a Juan XXIII, de Pablo VI hasta Francisco – y que él mismo desea confirmar con fuerza.
La Lateranense, subrayó, no tiene un fundador carismático cuyo legado conservar, como ocurre con otras universidades eclesiásticas. Su identidad es otra: «Su peculiar orientación es el magisterio del Pontífice». Por ello el Papa la definió como un «centro privilegiado» donde la enseñanza de la Iglesia universal se elabora, se recibe y se desarrolla en diálogo con los desafíos culturales del presente.

Tres compromisos para el futuro
El discurso de León XIV abordó tres dimensiones esenciales para la formación eclesial y académica:
Reciprocidad y fraternidad.
Contra lo que la Encíclica Fratelli tutti llama «el virus del individualismo radical», el Papa pidió a la Lateranense que sea un signo profético de comunión, un lugar donde la persona no se reduzca al individuo y donde el diálogo eduque a la cooperación.
Cientificidad.
El Papa insistió en custodiar la seriedad del estudio teológico, filosófico y jurídico. Advirtió contra las simplificaciones, la superficialidad y esa mentalidad –difundida incluso en ámbitos eclesiales– según la cual la investigación sería un lujo académico, ajeno a la vida pastoral. «Necesitamos laicos y sacerdotes competentes», afirmó con tono firme. Un pasaje que toca un punto sensible. Durante décadas, especialmente después del Concilio Vaticano II, el estudio se percibió como algo marginal o incluso “desaprovechado” para un sacerdote, como si la profundización teológica lo alejase de la “verdadera” pastoral. Una lectura miope que ha causado daños: ha marginalizado a los sacerdotes más preparados, ha generado suspicacias y en ocasiones obstáculos. El fenómeno no se limita a las diócesis: también en los movimientos eclesiales hoy resulta frecuente ver jóvenes sacerdotes que, tras años de estudio serio y resultados reconocidos, se convierten en objeto de desconfianza. La cultura, cuando es sólida, libera. Y es precisamente esa libertad interior la que intimida a quienes prefieren conciencias dóciles, fácilmente manipulables, y gestiones opacas del poder. El resultado está a la vista: en muchas diócesis se recurre a cancilleres laicos no por falta de clero, sino porque durante sesenta años una parte del episcopado ha preferido rodearse de cortes y repetir mantras sobre la pastoral en lugar de comprometer a su presbiterio en el estudio. Pastores que han elegido la ideología en lugar del discernimiento, la autoridad neurótica en vez de la paternidad. En este contexto, la insistencia del Papa resuena como un aviso: sin cultura no hay Iglesia adulta, y sin sacerdotes preparados no existe verdadera pastoral.
Bien común.
La universidad debe formar mujeres y hombres capaces de visión, justicia y gratuidad. Capaces, dijo, de «construir un mundo nuevo», no solo de describirlo.
Cultura de la paz y ecología integral
El Papa dedicó particular atención a los dos ciclos de estudio introducidos por Francisco: Ciencias de la Paz y Ecología y Medio Ambiente, que León XIV considera parte integrante del reciente Magisterio. Pidió potenciarlos e integrarlos aún más: formar constructores de paz y custodios de la creación no es una tarea secundaria, sino «una expresión de la alianza entre Dios y la humanidad».
«Mi Universidad»: un vínculo que orienta
El pasaje quizá más significativo –más íntimo y más cargado de consecuencias eclesiales– no se refiere a un programa académico, sino a un vínculo personal. Al decir «mi Universidad», León XIV no ha reivindicado una posesión, sino una responsabilidad. Ha dicho, en esencia, que la Lateranense no es una estructura más: es el lugar donde la Iglesia piensa sobre sí misma, donde el futuro del catolicismo se elabora en el trabajo cotidiano del estudio y el diálogo. No es casual que concluyera así: «La Universidad Lateranense ocupa un lugar especial en el corazón del Papa, y el Papa os anima a soñar en grande». Una invitación que suena a programa: no limitarse a transmitir contenidos, sino generar pensamiento; no formar solo profesionales, sino cristianos capaces de comprender el mundo y abrirlo al Evangelio.
Un inicio que no es una formalidad
Mientras el Santo Padre abandonaba el Ateneo, entre nuevos aplausos y fotógrafos, la impresión general era que la mañana había representado algo más que un rito académico: un mensaje preciso. León XIV ha elegido comenzar sus visitas a las universidades pontificias precisamente aquí –«porque es mi Universidad»– y con este gesto ha confiado a la Lateranense una parte de su propio pontificado: ser lugar donde la fe se piensa, se discierne y se abre a los desafíos del presente y del futuro.
Con un clima de fiesta y un discurso que entretejió historia, responsabilidad y visión, Mons. Amarante declaró inaugurado el Año Académico 2025-2026. Con una certeza final, dejada por el Papa como herencia: soñar en grande no es opcional. Es un deber eclesial.
M.P.
Silere non possum