Castel Gandolfo – A las 10 de esta mañana, XV Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre León XIV ha presidido la Santa Misa en la Parroquia Pontificia de San Tomás de Villanueva, en Castel Gandolfo. Una celebración sencilla, pero cargada de significado, que marca un regreso no sólo físico sino también simbólico del Obispo de Roma entre los fieles de esta localidad de los Colli Albani, durante mucho tiempo definida como la “segunda casa” de los Pontífices. Hacía años que un Papa no celebraba la Misa en la parroquia pontificia del pueblo; la imagen del Sucesor de Pedro que regresa a Castel Gandolfo, no como turista, sino como pastor y “vecino”, restituye una gramática de la presencia que parecía haberse perdido. Es un gesto que remite a lo esencial: la cercanía, el arraigo en una fe vivida en lugares que custodian memoria e identidad.
No es nostalgia, es discernimiento
Tener en cuenta el sensus fidelium significa también saber escuchar el deseo simple y profundo del pueblo de Dios: ver al Papa como un padre presente, que comparte los lugares, los tiempos y los gestos de la fe. El regreso de León XIV a Castel Gandolfo no es, por tanto, un detalle nostálgico ni una operación mediática. Es un signo. Y los signos hablan claro. Prevost ha demostrado su libertad al tomar esta decisión, dictada por el amor a un lugar de paz y por la conciencia de la necesidad de un tiempo de descanso. El Papa, como cualquier sacerdote, no es un superhéroe: también él necesita detenerse, rezar, descansar. Los fieles reunidos hoy son el testimonio vivo de un pueblo deseoso de tener nuevamente al Papa entre ellos —no sólo por evidentes razones económicas o turísticas, sino por ese amor y afecto que desde hace años los une a la figura de Pedro. No han asistido a un evento de postal. Ya no es tiempo de eslóganes ni de falso pauperismo. León XIV muestra su libertad y su capacidad de afrontar la realidad con verdad. Lo que tenemos a disposición —gracias a la generosidad de tantos fieles y a la vida entregada de muchos hombres de buena voluntad— no debe ser despreciado, sino utilizado del mejor modo posible. Si se presentan nuevos gastos, se harán las evaluaciones oportunas y se procederá con criterio y sobriedad. Pero, como se ha explicado en múltiples ocasiones, no tiene sentido adquirir algo sólo porque “parece” más pobre, ni abandonar lugares que tienen un valor simbólico y pastoral, sólo porque los medios de comunicación siguen difundiendo desinformación, incluso sobre las vacaciones del Papa. La comunidad de Castel Gandolfo ha sentido al Papa celebrar con ellos, por ellos, en medio de ellos. En un tiempo en que la sinodalidad corre el riesgo de confundirse con la multiplicación de mesas, documentos y eslóganes, la imagen del Pontífice que regresa entre los suyos, en una comunidad concreta, puede ofrecer una clave para redescubrir el auténtico significado de “caminar juntos”: no sólo proyectar, sino habitar. Las tradiciones, cuando no se esgrimen como armas ideológicas, pueden aún revelarse caminos de comunión y herramientas de escucha. Esto también es discernimiento.
La homilía: la compasión como mirada, no como programa
En la homilía, León XIV meditó sobre el Evangelio del día, la parábola del buen samaritano, con una reflexión densa y cristológicamente centrada. “La mirada marca la diferencia”, afirmó el Papa, subrayando cuán decisiva es la forma en que se mira al otro: “se puede ver y pasar de largo o ver y sentir compasión”. El Pontífice releyó la parábola como narración del actuar mismo de Dios en Cristo: “El buen samaritano es ante todo imagen de Jesús, el Hijo eterno que el Padre envió a la historia precisamente porque miró a la humanidad sin pasar de largo”. Es la compasión —esa que no se improvisa, sino que nace de la mirada, del corazón y de la responsabilidad— el corazón del mensaje evangélico. “Curados y amados por Cristo, también nosotros nos convertimos en signos de su amor y de su compasión en el mundo”. La homilía concluyó con un llamamiento fuerte y concreto: “Ver sin pasar de largo, detener nuestras carreras apresuradas, dejar que la vida del otro, sea quien sea, con sus necesidades y sufrimientos, me rompa el corazón”. Es en esta ruptura del corazón donde se arraiga toda auténtica fraternidad.
Un don para la comunidad
Al finalizar la celebración, el Papa entregó un don simbólico al párroco: la patena y el cáliz utilizados durante la Santa Misa. “Son instrumentos de comunión —dijo León XIV— y pueden ser una invitación para todos nosotros a vivir en comunión, a promover verdaderamente esta fraternidad, esta comunión que vivimos en Jesucristo”. Un pequeño gesto, que en su sobriedad remite a esa teología de lo cotidiano hecha de presencia, escucha y compartir. En tiempos en los que la distancia corre el riesgo de convertirse en norma y el aparato parece prevalecer sobre el contacto, la celebración de hoy en Castel Gandolfo dice otra cosa. No proclamas, no estrategias, sino un signo. Y los signos —cuando son verdaderos— no necesitan explicaciones añadidas. Hablan por sí solos.
d.T.M.
Silere non possum