Ciudad del Vaticano – «El Santo Padre León XIV observa con gran atención también las cuestiones económicas y judiciales. No lo proclama a los cuatro vientos, pero ya ha encargado a algunos colaboradores de confianza profundizar en varios expedientes», confiesa un cardenal que ha servido durante mucho tiempo en la Curia Romana. El purpurado explica que Prevost está evaluando cada asunto con calma, respetando sus propios tiempos: «Hemos atravesado doce años difíciles, y no se puede pensar en poner orden en pocas semanas», observa.

Es de noche y, saliendo del pequeño Estado-Ciudad, recorremos las calles que conducen a Trastevere. Pasando frente a Regina Coeli, el cardenal se detiene, mira hacia arriba, permanece en silencio un momento y luego me invita a rezar una oración. «De vez en cuando vengo aquí, es un lugar de sufrimiento y escuchar algunas historias me hace pensar en las palabras de Jesús». Reanudando el camino, pregunto: «Eminencia, ¿pero de verdad no se habían dado cuenta antes?». El cardenal suspira y admite: «Con toda franqueza, no. Al principio no nos dimos cuenta. La verdad es que, lo confieso, en nuestro ADN siempre está ese pequeño germen que nos lleva a reconocer los problemas solo cuando los sufrimos en carne propia. En palabras, Francisco podía incluso agradar: eslóganes, ideas, mensajes… todo muy sugestivo. Pero cuando se pasaba de la teoría a la práctica, era un desastre».

Papa Francisco ha sido, paradójicamente, el pontífice que más ha ejercido el poder temporal desde que este fue oficialmente sustraído al papado el 20 de septiembre de 1870. Si con san Pablo VI se había llegado incluso a deponer la Tiara – gesto de valor no solo simbólico sino histórico – con Bergoglio se ha visto lo contrario: ha depuesto los signos exteriores, pero ha ejercido el poder temporal con una voracidad nunca vista en el Tercer Milenio.

Un contraste curioso si recordamos que san Roberto Belarmino, jesuita como él, negaba un poder temporal universal directo del Papa, pero al mismo tiempo fundamentaba teológicamente el principio de que el pontífice tuviera una jurisdicción indirecta sobre todos los poderes civiles, porque «la salvación de las almas es el fin supremo». Francisco, en cambio, fue más allá: no solo influencia indirecta, sino la pretensión de ejercer un poder temporal directo sobre todo lo que pudiera alcanzar. Baste pensar que varios colaboradores tuvieron que recordarle que los inmuebles en territorio italiano no podían ser administrados a su antojo, pero Francisco igualmente quería hacerlo, con la misma obstinación de quien confunde el Estado de la Ciudad del Vaticano con el patio de su propia casa.

Un gobierno vengativo

El mayor paradigma fue otro: el Papa venido del «fin del mundo» importó laicos al interior del Estado más pequeño del mundo. Y estos laicos, elegidos sin demasiada prudencia, causaron daños enormes no solo al Vaticano, sino a toda la Iglesia, que en el mundo fue percibida cada vez más como un santuario de corrupción y privilegios.

El ejemplo más clamoroso es el de la impostora Francesca Immacolata Chaouqui, deseada por Bergoglio a toda costa dentro de los muros vaticanos. ¿Resultado? Periodistas improvisados, que hoy deambulan por los programas de Mediasetdivagando sobre cualquier cosa, publicaron fotocopias de documentos internos, llegando incluso a difundir planos con las superficies de los apartamentos de los cardenales. Francisco, en lugar de poner orden, se montó en la ola mediática: el blanco fácil eran los cardenales, los obispos, los sacerdotes, los religiosos – hombres que habían dejado familia, ambiciones y bienes para servir a la Iglesia – transformados en monstruos mediáticos de portada. La narrativa era simple: cardenales que habitaban en apartamentos de 600 metros cuadrados. El resultado: periodistas analfabetos apostados bajo los palacios, listos para lanzar preguntas insidiosas, sin comprender que esos espacios no eran parques de juegos para prelados en monopatín, sino lugares habitados por secretarios, religiosas y personal colaboradordel cardenal. Desde hace tiempo, en los pasillos vaticanos, se repite un juicio lapidario: «Un pontificado que fue un desastre, porque revolucionó todo para no revolucionar nada».

Y en efecto, no se puede decir que Francisco haya realmente quitado privilegios a todos, lo cual habría sido coherente con la imagen del santo que tanto nombró como deshonró. No fue un nuevo san Francisco de Asís, radical, capaz de despojarse de todo por convicción. Al contrario, Bergoglio golpeó a la categoría que más detestaba – los confrades – contra los que había madurado resentimientos desde su juventud y primeros años de sacerdocio, y favoreció en cambio a quienes consideraba más manejables: los laicos.

Los sueldos de lujo

También se difundió una leyenda urbana según la cual los cardenales ganaban 5.000 euros al mes antes de las reformas de Francisco. Falso. A esa cifra llegaban únicamente quienes dirigían un dicasterio. Los demás ni se acercaban remotamente. Pero la prensa, obviamente, prefirió gritar al escándalo, transformando medias verdades en titulares de nueve columnas. 

Tomemos un ejemplo que ofrece dos imágenes muy nítidas. La primera concierne a la obsesión de Francisco por cuestiones efímeras: sueldos, apartamentos, pensiones. Cuando firmó el documento sobre los inmuebles y cuando llegó incluso a explicar a mons. Gänswein que no podía habitar en el Palacio Apostólico, Silere non possum tituló: «Papa Francisco como una suegra». Muchos consideraron ese título irreverente, pero en realidad no era más que una fotografía fiel de los hechos.

En la historia de la Iglesia – y en la reciente en particular – nunca se había visto un Papa que descendiera al nivel de establecer cuántos euros dar de salario, cuántos metros cuadrados asignar a un colaborador, o incluso ponerse a hacer consideraciones sobre las pensiones. Y no es un detalle menor: justamente por eso, tradicionalmente, los documentos de carácter administrativo no llevan la firma del Papa. Primero, para no transformarlo en un administrador de condominio con sotana en lugar de en una guía espiritual; segundo, para protegerlo de eventuales consecuencias jurídicas o mediáticas, que recaen sobre quien firma en su lugar, resguardando así la figura papal. Francisco, sin embargo, nunca se planteó el problema: con la prensa completamente de su lado, podía permitirse todo. La segunda imagen que emerge de este documento es igualmente elocuente: los laicos contratados en el Vaticano perciben sueldos mucho más altos que los de un cardenal al frente de un dicasterio, sin poseer siquiera una formación comparable a la de algunos cardenales de antaño. Y no termina ahí: además del sueldo, disfrutan de beneficios, viviendas, autos, tarjetas y descuentos. Esposas e hijos, obviamente, instalados en apartamentos vaticanos.

Surge espontáneamente la pregunta: ¿dónde están aquellos periodistas que hacían guardia bajo las casas de los cardenales? ¿Dónde están los incansables fotocopiadores de papeles – con Gianluigi Nuzzi a la cabeza – que nunca fueron capaces de ir más allá del escándalo prefabricado por quienes les pasaban los documentos? ¿Por qué, si un coche con matrícula CD lo conduce un cardenal, se convierte en un escándalo, pero si lo conduce un laico no es noticia? ¿Por qué, si un apartamento lo ocupa un cardenal con sus colaboradores y religiosas, es motivo de linchamiento, pero si lo ocupa un laico con su familia, nadie dice nada? ¿Cuál es la lógica de esta campaña mediática unilateral que han llevado adelante durante años? ¿No están acaso también los laicos al servicio de la Iglesia, al igual que los presbíteros?

La Secretaría para la Economía

Si queremos realmente comprender – o al menos intentarlo – la llamada reforma económica que Bergoglio intentó llevar a cabo, el punto de partida obligado es la Secretaría para la Economía. La Praedicate Evangelium – texto que, como ya hemos señalado, no solo presenta amplias lagunas, sino que contiene normas destinadas tarde o temprano a ser reescritas – nos ofrece hoy el marco formal de sus tareas y funciones.

Llegando a Trastevere – feudo indiscutido del grupo de Sant’Egidio – el cardenal continúa: «Hay muchísimas disposiciones que deberán ser modificadas, no solo en la Praedicate Evangelium, sino también en esa miríada de actos anteriores y posteriores. Te parecerá increíble, pero todavía hoy no tenemos un cuadro claro de qué rescriptos o cartas salieron efectivamente de Santa Marta con su firma. No existe protocolo, no existe registro. Aquellos secretarios eran unos improvisados y ni siquiera sabían qué hacía él. Bastaba con entrar en aquella Domus para obtener lo que se quisiera. Con pertenecer al círculo que el Papa había formado, era suficiente. Piensa solo en el chofer: entre dossiers y comisiones varias que él mismo le pedía, por la noche iba a visitarlo cuando el hombre estaba exhausto, y siempre lograba salirse con la suya».

Según la Constitución Apostólica, la Secretaría desempeña el papel de «Secretaría papal para las materias económicas y financieras» (art. 212), controlando y vigilando instituciones curiales, oficinas e instituciones vinculadas a la Santa Sede. No se limita a una supervisión genérica: ejerce un control específico también sobre el Óbolo de San Pedro y otros fondos papales.

El Prefecto (art. 213) está asistido por un Secretario y el organismo se divide en dos áreas: una económica-financiera y otra administrativa. Para las decisiones más relevantes debe consultar al Consejo para la Economía (art. 214) y, cuando se trata de relaciones con Estados o sujetos de derecho internacional, debe actuar de concierto con la Secretaría de Estado.

¿Funciones concretas? Desde presupuestos preventivos y rendiciones de cuentas hasta la evaluación anual del riesgo patrimonial (art. 215), pasando por las directrices sobre contrataciones públicas y la creación de instrumentos informáticos que garanticen transparencia administrativa (art. 216). Existe también una Dirección de Recursos Humanos que controla contrataciones y organigramas (art. 217). Y en esta sección, algunos lograron conseguir para sus fieles colaboradores los aumentos que tanto deseaban. Alienaciones, compras y actos de administración extraordinaria no pueden aprobarse sin su visto bueno (art. 218).

En resumen, sobre el papel, Bergoglio lo concibió como un verdadero Ministerio de Economía vaticano con poderes muy amplios. Pero para entender realmente la situación hay que mirar a su origen y al modo en que fue gobernado.

El nacimiento

La Secretaría para la Economía nació en 2014, creada por Papa Francisco con el motu proprio Fidelis dispensator et prudens (24 de febrero de 2014), junto con el Consejo para la Economía y la Oficina del Revisor General. Su finalidad era armonizar los controles, evitar duplicaciones e imponer finalmente estándares de transparencia a una maquinaria vaticana históricamente opaca. Con otra carta apostólica del 8 de julio de 2014, las competencias de la Sección Ordinaria de la APSA fueron transferidas a la nueva Secretaría, y el 22 de febrero de 2015 se aprobaron los Estatutos definitivos. Con los años, las normas se volvieron cada vez más invasivas: con un motu proprio del 16 de enero de 2024, por ejemplo, se estableció que la Secretaría tuviera competencia sobre todas las decisiones de gasto superiores al 2% de los costes totales de un ente eclesiástico (nunca menos de 150.000 euros), con el principio de silencio-positivo tras 30 días y procedimiento a cerrar en 40. No exactamente un detalle.

Los rostros y los contrastes

El primer Prefecto fue el cardenal George Pell, que encarnaba la voluntad de hacer limpieza. Pero mientras dirigía este organismo fue arrastrado por acusaciones de abusos que luego se revelaron infundadas. Pasó meses en prisión en Australia sin que Papa Francisco le garantizara inmunidad diplomática, mientras – ironía del destino – otros prelados amigos del Papa fueron protegidos y trasladados tras los muros leoninos para evitar el desgaste judicial (Zanchetta & Co.). Pell fue dejado solo, a merced de un auténtico complot. Después de Pell, el 14 de noviembre de 2019 llegó el jesuita Juan Antonio Guerrero Alves. Nunca recibió el birrete cardenalicio, en parte por las relaciones ya deterioradas con el Papa. Su enfoque – más lineal e institucional – chocaba con una gestión pontificia hecha de presiones, encuentros e improvisados cambios de rumbo. El 1 de diciembre de 2022 se dimitió por supuestos motivos de salud, que en realidad escondían un desgaste evidente.

En su lugar, por primera vez, un laico: Maximino Caballero Ledo, hasta entonces adjunto de Guerrero. Con él, Francisco inauguró la temporada de los recortes feroces. Silere non possum documentó cómo Caballero Ledo – a pesar de vivir con un sueldo altísimo, apartamento y coche – presentaba al Papa rescriptos que recortaban fondos a prelados y cardenales. La lógica del «nosotros recortamos a los demás, pero no a nosotros» encontró así su ejecutor perfecto.

Sobre el papel, la Secretaría para la Economía nació para hacer más transparente y moderna la gestión de los fondos vaticanos. En la práctica, se convirtió en un instrumento de poder potentísimo, capaz de redibujar las relaciones de fuerza dentro de la Curia y de castigar o premiar según las simpatías del momento. Y aquí está el paradigma: el organismo nacido para hacer a la Iglesia “pobre para los pobres” corre el riesgo de parecerse cada vez más a un ministerio financiero estatal, con lógicas y privilegios que nada tienen de evangélico.

El español Benjamín Estévez de Cominges

La dirección de la Secretaría para la Economía ha pasado de hecho a una gestión laica. Y, como es sabido, quien escribe las normas – sobre todo en una realidad como el Vaticano – siempre encuentra el modo de arreglarse primero a sí mismo. Desde el 1 de febrero de 2024, en la Torre San Juan, el nuevo Secretario es Benjamín Estévez de Cominges. ¿Quién es? Llegó el 17 de diciembre de 2021 a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos sin títulos ni méritos particulares, y fue impulsado rápidamente hacia arriba. La “joya” de su currículum, esgrimida para justificar su entrada en la Secretaría, es un título obtenido en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) poco antes de su desembarco en el Vaticano. ¿Está claro? Una universidad a distancia, de la que obtuvo un grado en Economía y Administración y Dirección de Empresas. No exactamente Harvard.

Cuando Francisco decidió imponerlo en Propaganda Fide, escribió de su puño y letra una carta – evidentemente redactada por quienes tenían interés en el asunto – dirigida al Prefecto de la Congregación. En ese texto, el Papa establecía que Cominges debía recibir 7.000 euros netos al mes, un apartamento de Propaganda Fide con al menos tres dormitorios (mejor si también había uno para invitados) e incluso una solución para su pensión, a pesar de que España no tiene acuerdos de seguridad social con la Santa Sede

El currículum que Cominges presentó para el empleo, aunque muy detallado y lleno de cifras, muestra varias debilidades que claramente en el Vaticano no se subrayaron. La formación resulta poco lineal: tras la licenciatura en ingeniería de telecomunicaciones (1992-1998), declara un MBA en el MIT Sloan School of Management en 2003-2004, pero descrito como “M.Sc. in Business Administration”, una fórmula anómala porque el MIT concede un MBA y no un máster científico, y sobre todo porque el programa estándar dura dos años, no uno. Solo muchos años más tarde, entre 2016 y 2020, añadió un BSc en Economía en la UNED, casi para cubrir una carencia de base en la formación económica que, sin embargo, era necesaria para justificar su contratación. También los resultados profesionales reportados despiertan perplejidades: se habla de un crecimiento del beneficio neto de la Universidad Pontificia Comillas del 414% (de 6,8 a 28,3 millones de euros) y de un incremento del endowment del 1452% (de 17 a 247 millones en ocho años), datos difícilmente atribuibles a una sola persona y que probablemente derivan de factores externos, como revalorizaciones patrimoniales o donaciones extraordinarias.

Lo mismo ocurre con la experiencia empresarial de la startup Verticalia, presentada como “líder en 6 portales verticales en el área hispanohablante”, sin aportar indicadores verificables de facturación, adquisiciones o permanencia en el mercado. Finalmente, también la declaración de “bilingüismo en inglés” basada en dos años de estancia en Estados Unidos resulta poco sólida. En conjunto, el CV parece construido para impresionar con números y títulos rimbombantes, pero emergen ambigüedades.

¿Y hoy? Hoy el señor Cominges gana el doble de lo previsto entonces por su servicio en Piazza di Spagna. Ahora, imaginemos: si un cardenal percibiera 14.000 euros al mes, tendríamos estanterías llenas de libros-denuncia y primeras páginas inflamadas en los periódicos. Pero si esa cifra la cobra un laico que, además, encuentra tiempo para quejarse porque el apartamento no lo satisface, entonces nadie dice nada.

Es el mismo esquema de siempre: si los clérigos son discriminados, todo es normal; si sucede a los laicos, justamente se protesta. Si los clérigos no son retribuidos dignamente, es normal; si se tratara de laicos, sería un escándalo. Si las reformas papales golpean las pensiones de los sacerdotes, nadie protesta; si tocaran las pensiones de los laicos, las barricadas serían inmediatas. Dos varas y dos medidas, «en perfecta coherencia con la lógica que ha caracterizado estos doce años», comenta con amargura el cardenal.

p.B.M. y F.P.
Silere non possum

Artículo de pago

El artículo completo está disponible solo para los suscriptores de pago de Silere non possum.

Suscríbete para seguir leyendo