Ciudad del Vaticano - El jueves 4 de diciembre de 2025, la Oficina de Prensa de la Santa Sede difundió una carta con la cual el cardenal Giuseppe Petrocchi, presidente de la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino, transmitió al Pontífice una síntesis de los trabajos realizados por dicho organismo. A lo largo del pontificado de Francisco, la dinámica de su gobierno siempre se articuló en dos vías paralelas: una oficial y otra oficiosa. En este caso, en efecto, por un lado el Papa había querido una comisión encargada de profundizar una cuestión debatida desde hace décadas, colocándola en relación directa con él y sustraída a mediaciones intermedias. Por otro lado, alimentaba el debate en el C9, llevando al Consejo figuras que pudieran orientar la discusión y persuadir a aquel organismo –que él deseaba como una suerte de “consejo del Rey”– hacia determinadas sensibilidades. Fue en este contexto que Francisco hizo llegar al Vaticano a sor Linda Pocher, quien, al igual que Alessandra Smerilli, no aprecia particularmente la vida conventual y prefiere frecuentar salones, editoriales y ambientes influyentes, en constante búsqueda de algún apoyo o favor. Bergoglio, siguiendo un “sabio consejo”, la hizo intervenir, junto con otras mujeres, ante los cardenales durante las reuniones del Consejo dedicadas al papel de la mujer en la Iglesia. Sin embargo, se trata de una religiosa que no ofreció ninguna reflexión teológica, sino únicamente consideraciones aleatorias y de tipo clickbait.
Este escenario cambió radicalmente con el inicio del pontificado de León XIV. Pocos días después de la elección, el nuevo Papa comunicó a sus colaboradores que los miembros del Consejo de los Nueve podían considerarse libres de continuar sus actividades como estimaran oportuno, pues él no convocaría jamás al C9. Una elección que manifestó desde el comienzo su voluntad de reorientar el proceso decisional hacia modalidades más lineales y transparentes. Al mismo tiempo, León XIV tomó en sus manos el borrador del Reglamento de la Curia Romana que le habían presentado para su firma y añadió el artículo 3: «Al ministerio del Romano Pontífice prestan ayuda, también en lo que concierne a la actividad de la Curia Romana, los cardenales en los Consistorios ordinarios y extraordinarios, en los cuales son convocados por disposición del Romano Pontífice» y «Dichos Consistorios se realizan según cuanto prescribe la ley propia».
Los críticos, que despertaron el 21 de abril de 2025 tras un largo sopor de “subordinación al Romano Pontífice”, comentaron enseguida: «Es algo inútil, eso ya lo prevé el código». Por supuesto, el canon 353 del CIC ya establece que el Colegio «presta ayuda con actividad colegial» al Supremo Pastor de la Iglesia. Colegial, no sectaria. Pero al añadir esta previsión al Reglamento de la Curia Romana, León XIV quiso dejar muy claro que para la gestión de la Curia Romana desea valerse del apoyo de cardenales procedentes de todo el mundo. De todos, no de nueve. Trasladando así el gobierno de la Iglesia de “¡Nueve, nueve, nueve!” a “¡Todos, todos, todos!”. Pero de verdad. Concediendo así un carácter universala ese organismo, la Curia Romana, que adopta decisiones con impacto directo en la vida de las diversas Iglesias particulares.
La [in]justicia canónica
Volviendo a la cuestión del diaconado femenino, debemos constatar que, mientras hay obispos y cardenales siempre dispuestos a intervenir para reprimir a cualquier sacerdote que tenga la desdicha de hacer algo auténticamente católico o realmente útil para sus fieles y para los jóvenes, esos mismos pastores parecen desaparecer cuando se trata de religiosas que expresan afirmaciones contrarias a la doctrina en diarios incluso nacionales. Cuando estallaron los primeros problemas con don Massimo Palombella, siempre dentro de la gran y variopinta familia salesiana, varios cardenales y obispos se preguntaban: «¿Pero dónde está el superior mayor? ¿Este no tiene una casa religiosa donde debería estar?». El superior mayor de los salesianos, sin embargo, no aparecía. Quizás Ángel Fernández Artime estaba demasiado ocupado buscando la promoción a Santa Marta. El hecho es que, pese a los problemas surgidos en relación con este caso, incluso terminó promovido a cardenal. Es más, hoy es el firmante de un Dicasterio encargado de explicar a los religiosos cómo se vive realmente la vida consagrada. Como diría sora Lella: «Annamo bene!» («Vamos bien»).
La respuesta que llegaba desde Via Marsala, tanto en 2018 en el Vaticano como recientemente en Milán, siempre fue la misma: «Ah, pero Palombella es autónomo». Lástima que un religioso “autónomo” sea algo que el Código no contempla. Y, sin embargo, en la Iglesia actual, estos personajes con “los apoyos adecuados” parecen poder hacer lo que quieran, y aun aquellos obispos que tendrían la voluntad de intervenir se encuentran invariablemente frente a juegos de poder y vínculos internos muy poco descifrables para quien vive lejos de la Urbe.

La muy catolicísima Linda
Las palabras de sor Linda Pocher, publicadas hoy en La Repubblica, han reactivado en el debate público la idea de que la falta de apertura al diaconado femenino sea un simple problema cultural: «Estoy cada vez más convencida de que es un problema cultural más que teológico», afirma la religiosa, añadiendo que la ordenación reservada a los hombres sería «el último baluarte de la diferencia de género» y que detrás de las resistencias eclesiales estaría la idea «de que Jesús habría salvado a la humanidad por ser varón». Un planteamiento conceptual que, sin embargo, no encuentra respaldo ni en el estudio histórico-teológico más amplio, ni en la Síntesis de la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino, publicada ayer, 4 de diciembre, ni en el documento Diaconado: evoluciones y perspectivas.
Mirando a la enseñanza de la Iglesia y a su historia, podemos ahora examinar las afirmaciones de la religiosa, que no solo resultan no católicas, sino que ofrecen a los lectores de ese periódico –ya ampliamente alineados– una síntesis totalmente distorsionada y no correspondiente a la verdad.
La novedad del texto dado a conocer ayer no se encuentra tanto en la prudencia, cuanto en la claridad con que la Comisión evidencia los puntos firmes adquiridos. Ya en la primera sesión, en 2021, los diez miembros votaron por unanimidad la tesis que define como problemático «el análisis sistemático sobre el diaconado, en el marco de la teología del sacramento del Orden», pues dicho análisis «plantea interrogantes sobre la compatibilidad de la ordenación diaconal de mujeres con la doctrina católica del ministerio ordenado». En 2022, la Comisión precisó además que «el status quaestionis en torno a la investigación histórica y a la indagación teológica, consideradas en sus mutuas implicaciones, excluye la posibilidad de proceder en la dirección de la admisión de mujeres al diaconado entendido como grado del sacramento del Orden».
Estos datos evidencian que el tema no se mueve en el plano cultural, sino propiamente teológico. Y es significativo que, ante esta convergencia interna, sor Pocher elija centrar el discurso en categorías como “imaginario”, “experiencias nuevas”, “resistencias culturales”, sosteniendo que la Iglesia defendería un rol masculino como “último baluarte identitario”. En este sentido, las palabras de la salesiana muestran una torsión sociológica del problema sin fundamento en los documentos. La Comisión insiste repetidamente en que la decisión «debe tomarse en el plano doctrinal» y que la investigación histórica, aun útil, no ofrece certezas definitivas. De ahí la necesidad de remitirse a la Tradición y al significado sacramental del Orden, realidades que no pueden reducirse a dinámicas de costumbre o representación.
Distorcionar la realidad en ausencia de argumentos
El nudo no es solo la historia. Es la historia a la luz de la fe. La Comisión Teológica Internacional, ya en 2002-2003, había afirmado que el llamado diaconado femenino antiguo no fue nunca entendido como equivalente al diaconado masculino, ni tuvo carácter sacramental. La CTI explicaba que el ministerio de las diaconisas tenía funciones específicas, vinculadas a la disciplina y la catequesis en las primeras comunidades, pero no se situaba en la línea de la sucesión apostólica. La Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino confirma esta lectura: «El diaconado femenino fue concebido como un ministerio sui generis, no situado en la línea del diaconado conferido a los hombres», reiterando que «no parece haber revestido un carácter sacramental». Es, pues, engañoso deducir, como hace Pocher, que la existencia del diaconado permanente abierto a hombres casados cree automáticamente un espacio para una apertura análoga a las mujeres. El argumento de la religiosa parte de un presupuesto funcional: puesto que el diaconado hoy implica tareas de servicio y puede conferirse a hombres casados, eso probaría que no existe una diferencia sustancial vinculada al Orden. Pero esto no corresponde a la visión católica del sacramento. Que los hombres casados puedan ser ordenados no es un signo de “flexibilidad cultural”, sino una elección disciplinar que no toca la naturaleza sacramental del Orden. Colocar en el mismo plano una disciplina eclesial y la cuestión teológica del sujeto del Orden significa confundir niveles distintos y corre el riesgo de producir conclusiones erróneas. Aquí se vuelve necesario incluir una observación adicional: es conceptualmente incorrecto discutir el acceso de mujeres al Orden como si fuera la consecuencia de un “ajuste” práctico, porque la estructura sacramental no es moldeable según dinámicas culturales sin perder su identidad teológica.

¿Vocación o sentimentalismo? La confusión de Pocher
Otro punto delicado de la entrevista es la referencia a la vocación. Sor Pocher lamenta que la Comisión no habría valorado el testimonio de mujeres que hablan de una fuerte “sensación” de haber sido llamadas: «No se considera oportuno para la mujer lo que es un discernimiento normal para un hombre, que entra al seminario porque siente la vocación». Pero la síntesis aclara que muchos de los testimonios examinados por la Comisión se limitaban a describir servicios ya realizados o deseos de reconocimiento, visibilidad, autoridad. El texto oficial observa que el sacramento del Orden no deriva de un derecho ni de una autopercepción, y que una “sensación vocacional” no puede constituir criterio suficiente para un discernimiento eclesial. Por lo demás, este es un aspecto que tampoco comprenden muchos que llaman a la puerta del seminario con la “pretensión” de ser ordenados. También aquí, reducir la vocación a un sentimiento subjetivo significa perder la diferencia entre discernimiento espiritual y reivindicación funcional. Otro nudo crucial señalado por Pocher concierne al imaginario eclesial. La religiosa afirma que en la Iglesia se conservan «imágenes interiorizadas» difíciles de superar y que el Sínodo representaría un «entrenamiento para la escucha recíproca» capaz de superar prejuicios. Pero la síntesis de la Comisión ofrece un cuadro muy distinto. No solo el material recogido después del Sínodo proviene de un número reducidísimo de contribuciones (22 en todo el mundo), sino que la proposición sinodal sobre el diaconato femenino fue la que obtuvo mayor número de votos contrarios: 97 “No”. El texto señala además que numerosas Iglesias locales se oponen firmemente a esta posibilidad.
Es, pues, falso presentar el proceso sinodal como una dinámica orientada unívocamente hacia una reforma. Al contrario, el Sínodo mostró una fuerte división y, en diversos aspectos, un rechazo explícito. Las afirmaciones de Pocher confirman cómo algunas de estas mujeres que participan en el Sínodo, en realidad, no hablan de escucha porque deseen que todos tengan voz, sino porque quisieran una asamblea sinodal que piense única y exclusivamente como ellas. Es evidente: estas entrevistas se conceden a Jacopo Scaramuzzi, que, pobrecito, es un analfabeto y no posee ni la competencia ni la honestidad intelectual necesarias para formular a Pocher las preguntas que sería obligatorio plantear.
No decir falso testimonio. Pocher y los mandamientos
El dato quizá más significativo es la naturaleza de los votos internos de la Comisión. Pocher habla de una «frenada» y de un organismo «en antítesis», pero los números cuentan otra historia. En 2021, cuatro miembros votaron un “no” rotundo, cuatro un “no” abierto a futuras evoluciones y solo dos se expresaron por el “sí”. En 2022, siete miembros de diez votaron la tesis que excluye la posibilidad de proceder hacia un diaconado sacramental femenino. Y las tesis teológicas fundamentales fueron aprobadas por unanimidad, incluidas aquellas que definen como “problemática” la relación entre Ordenación y sujeto femenino. Es cierto que la Comisión, correctamente, no formula un juicio definitivo: no corresponde a un organismo de estudio definir una doctrina. Pero eso no significa que la falta de definición implique una apertura. El texto aclara que la ausencia de un vía libre no depende de “resistencias masculinas”, sino de motivaciones teológicas relacionadas con la Escritura, la Tradición, el Magisterio, la sucesión apostólica, la estructura sacramental. Un pasaje de la entrevista merece una última observación. Pocher sostiene que algunos argumentos contrarios a la ordenación femenina derivarían de una visión “sexista” de la representación de Cristo. El ejemplo que propone –«Jesús también era judío, entonces ¿quien lo representa debe ser judío?»– pretende sugerir que el género de Cristo sería una característica accidental. Sin embargo, ese razonamiento no capta el punto esencial de la doctrina católica. El Magisterio no sostiene que Cristo deba ser imitado en todo, sino que el Orden sacramental representa a Cristo Esposo de la Iglesia. Esta dimensión simbólica no puede trasladarse a la etnia sin distorsionar el lenguaje sacramental. Por ello, el argumento de Pocher es un error de categoría: confunde la historicidad de Cristo con la estructura sacramental que deriva de su identidad filial y esponsal.
El conjunto del cuadro muestra, por tanto, que el problema no es cultural ni sociológico, sino teológico. Los documentos estudiados, desde 2002 hasta hoy, convergen en definir la cuestión del diaconato femenino como una materia que toca la esencia del sacramento del Orden, no su adaptación disciplinar. La reacción mediática que reduce el debate a un enfrentamiento entre “progresistas” y “conservadores” termina por ocultar la complejidad real del problema. Y deja en segundo plano lo que emerge con claridad de los documentos: la Iglesia reconoce la dignidad y la utilidad de las mujeres en numerosos ámbitos, pero no puede transformar el Orden en función de expectativas culturales sin alterar su naturaleza sacramental.
Las afirmaciones de sor Pocher, por tanto, no resultan fundadas ni en el plano histórico ni en el teológico. La Comisión no “frenó” por prudencia cultural, sino porque la investigación –histórica, doctrinal, eclesial– no ofrece bases para avanzar hacia un diaconato sacramental femenino. Y el Sínodo no ha pedido con fuerza esta reforma: al contrario, ha mostrado profundas reservas. Un debate serio debe partir de este punto: la Iglesia no se mueve para complacer visiones identitarias, sino para permanecer fiel a la Tradición viva que, en su continuidad, orienta también el discernimiento sobre el futuro. El hecho de que una religiosa llegue incluso a mentir con tal de sostener ideas que no tienen nada de católico debería exigir una intervención de su superiora general. Pero hoy, lo sabemos bien, vivimos en un mundo completamente trastornado, en el cual lo que en otro tiempo habría parecido obvio hoy ya no escandaliza a nadie.
s.P.A. y p.B.N.
Silere non possum