El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ha aprobado el nuevo Estatuto de la Fraternidad de Comunión y Liberación, fechado el 8 de septiembre de 2025 y firmado por la Subsecretaria Linda Ghisoni. Se trata del documento que redefine de modo sustancial la estructura jurídica y pastoral de la Fraternidad, sustituyendo el Estatuto aprobado en 2017. Bajo un lenguaje ordenadamente canónico, el texto marca un giro que muchos, dentro y fuera del movimiento, leen como un paso decisivo: de un modelo comunitario y capilar a una configuración más centralizada y vertical.

A los pocos días de la aprobación, una carta dirigida aDavide Prosperi — el presidente de la Fraternidad — ha planteado interrogantes precisos, pidiendo cuentas del método seguido y de las implicaciones eclesiales de estas modificaciones.

Del carisma a la estructura

En 2017 el Estatuto de la Fraternidad de Comunión y Liberación conservaba todavía, en el lenguaje y en el entramado, el aliento originario del carisma de don Giussani. El Prólogo hablaba de la “memoria de Cristo” como experiencia personal y comunitaria, y la organización del movimiento reflejaba esta dinámica: la vida de CL se articulaba en distintos niveles de diaconíalocal, diocesano, regional y central— que garantizaban un equilibrio entre guía y participación. Cada comunidad de Comunión y Liberación, se leía en el artículo 33, estaba “guiada por una Diaconía reconocida por el Responsable diocesano”.

El nuevo Estatuto de 2025 conserva las finalidades espirituales fundamentales, pero redibuja profundamente la gobernanza. Introduce una Asamblea General que se reúne cada cinco años para elegir al Presidente y a los miembrosde la Diaconía Central, y que se disuelve inmediatamente después. La Asamblea está pensada como un órgano electivo, no deliberativo: un momento de voto, no un lugar de participación permanente.

La verdadera novedad, sin embargo, atañe a la estructura local. Los órganos territoriales previstos en 2017 se suprimen. En su lugar aparecen “referentes territoriales” nombrados por la Diaconía Central. Ya no hay elección diocesana, ni consulta a los miembros locales, y el Obispo diocesano —que en el texto anterior al menos era informado o llamado a aprobar la designación— desaparece por completo del proceso.

No se trata de un cambio menor, porque toca la esencia misma de una forma de comunión que durante décadas se había alimentado del contraste local, del discernimiento comunitario, de la responsabilidad compartida.

¿Qué es la Diaconía Central?

La Diaconía Central es el órgano de gobierno de la Fraternidad de Comunión y Liberación. El término “diaconía”, que significa servicio, indicaba originalmente el grupo de miembroslaicos y sacerdotes— llamados a servir la comunión y a discernir juntos las opciones de la Fraternidad. En el Estatuto de 2017 la Diaconía Central era un organismo amplio y representativo: en él se sentaban el Presidente, los responsables regionales y diocesanos, y algunos miembros elegidos o nombrados; tenía la tarea de orientar la vida espiritual, favorecer el diálogo entre las comunidades, aprobar los balances, y promover la unidad del movimiento respetando la responsabilidad local.

En el nuevo Estatuto (2025) la composición cambia: la integran el Presidente, quince miembros elegidos por la Asamblea General, cinco cooptados y algunos representantes de realidades vinculadas. Sus funciones se vuelven más jurídicas y centralizadas: la Diaconía nombra a los referentes territoriales, designa a las guías locales, apruebabalances y reglamentos, y orienta toda la vida de la Fraternidad. De lugar de comunión y discernimiento compartido, se ha convertido hoy en el órgano que concentra las decisiones y la coordinación del movimiento a nivel mundial.

El método cuestionado

Precisamente aquí arranca la carta dirigida al Presidente. Con tono firme y respetuoso, los firmantes escriben: «Estas revisiones tienden a transformar la Fraternidad de experiencia carismática fundada en la libre adhesión del individuo, en una estructura asociativa controlada verticalmente».

La primera cuestión planteada es de método. Antes de la aprobación por parte del Dicasterio, observan los autores, el nuevo texto no fue compartido con los asociados, contraviniendo el espíritu —si no la letra— del decreto del 11 de junio de 2021, que recomendaba procesos de revisión participativos y transparentes. La falta de un itinerario de consulta aparece tanto más grave a la luz de la amplitud de las modificaciones introducidas: en particular la supresión de las articulaciones locales, que “elimina por completo sus órganos”. En esta perspectiva, la reforma aparece como una decisión impuesta desde arriba, más que un camino compartido.

Una guía que ya no es elegida

La carta enfoca la cuestión eclesiológicamente más relevante: la guía de las comunidades. Los artículos 28-33 del texto de 2017 describían con claridad la estructura de la vida local: las Diaconías diocesanas estaban compuestas por miembros elegidos, reconocidos por el Responsable diocesano, y representaban a cada comunidad en la Diaconía regional y en la central. Era una forma de sinodalidad interna, que expresaba el principio —tan querido por don Giussani— de la responsabilidad personal dentro de la comunión.

En el nuevo Estatuto, en cambio, los referentes territoriales no son elegidos sino nombrados. Pueden ser designados o removidos por la Diaconía Central “tras la oportuna consulta”, pero sin ninguna reglamentación vinculante ni límites de mandato. Su figura no depende del discernimiento comunitario sino de la decisión central. De ahí la pregunta que la carta formula con claridad: «¿Quién o qué debería guiar, hoy, cada comunidad de Comunión y Liberación?» Es una pregunta que no concierne solo a la forma de gobierno, sino a la naturaleza misma del carisma: si la experiencianace del encuentro y del reconocimiento recíproco, ¿puede gobernarse únicamente por nombramiento?

La extensión del control central

La segunda área de preocupación atañe a la vida espiritual y cultural de los miembros. El artículo 4 del nuevo Estatuto, que enumera los “momentos educativos fundamentales”, introduce algunas novedades que cambian la fisonomía cotidiana de la Fraternidad. Ahora se prevé que los sacerdotes que conducen los retiros locales sean “indicados por la Diaconía Central”; que el “trabajo cultural” se realice “a través de los instrumentos propuestospor la Fraternidad”; y que la “acción caritativa” consista en la “participación regular en gestos comunitarios de caridad”.

En la versión de 2017, estos mismos elementos se describían de modo abierto y programático: se hablaba de la vida sacramental, de la oración, del trabajo cultural y de la caridad como itinerarios de crecimiento personal, no como ámbitos sometidos a regulación. No solo eso: la Escuela de Comunidad, corazón palpitante del movimiento, queda ahora normada en detalle. Las guías locales ya no emergen por reconocimiento natural de la comunidad, sino que son nombradas por el referente territorial, y están obligadas a participar en encuentros de formación periódicaorganizados por el centro. Ninguna de estas disposiciones, tomadas por separado, es ilegítima. Pero leídas en conjunto, muestran un claro cambio de paradigma: la confianza carismática deja paso a una coordinación normativa. La carta lo sintetiza así: «¿De dónde nace este empeño por controlar centralmente el camino de fe de decenas de miles de personas alcanzadas por el carisma de Giussani en casi cien países

Una cuestión eclesial

En el plano eclesial, la transformación es en parte explicable. Después de 2021, el Dicasterio para los Laicos pidió a todas las asociaciones de fieles adoptar límites de mandato, procedimientos transparentes, organismos de protección de menores, y un mayor equilibrio entre autoridad y corresponsabilidad. El nuevo Estatuto de CL responde a estos criterios con escrúpulo: introduce límites temporales (máximo diez años consecutivos para los cargos), formaliza los roles, prevé revisores de cuentas y organismos de vigilancia.

Sin embargo, la carta observa que la adecuación jurídica ha venido acompañada de un empobrecimiento de la participación. El decreto de la Santa Sede pretendía evitar concentraciones de poder, pero el nuevo entramado parece rediseñar un poder más concentrado, aunque sea de rotación. La representación está formalmente garantizada, pero la sinodalidad concreta —la capacidad de compartir decisiones, de construir juntos— aparece reducida. El riesgoque los autores temen es el de una “normalización verticalista”, que puede sofocar la vitalidad del carisma y la libertad espiritual que lo caracterizaba.

Una de las reformas de Francisco

A fin de cuentas, este es un ejemplo evidente de cómo las reformas promovidas por el papa Francisco, aunque en muchos casos animadas por intenciones loables, han terminado por alterar los equilibrios y reproducir dinámicas ya conocidas, a menudo agravándolas. En el caso de la Fraternidad de Comunión y Liberación, quienes pusieron en discusión la guía de don Julián Carrón fueron un grupo reducido de personas, que se dirigió al Dicasterio para replantear todo el andamiaje del movimiento. Hoy, sin embargo, al frente se ha colocado a un hombre agradableprecisamente a ese pequeño grupo, pero no reconocido por el conjunto del movimiento.

Es un esquema que se ha repetido en muchas reformas eclesiales de 2013 a 2025: pocos interlocutores, a menudo portadores de resentimientos o ambiciones personales, han tenido acceso directo a Santa Marta o a los Dicasterios, y de allí han partido decisiones y amonestaciones.

¿El criterio? Con frecuencia, las quejas de dos o tres descontentos, a veces movidos por motivaciones poco limpias. El método es siempre el mismo: “lo digo por el bien de la Iglesia”, se presenta endulzando el resentimiento con espiritualismo —para descubrir luego que se trata de abades no elegidos y por tanto amargados, sacerdotes en conflicto con su obispo, o miembros de movimientos decepcionados por no haber recibido encargos. El verdadero problema, sin embargo, no está en quienes aprovechan las grietas para intentar obtener algo, sino en la estructura que los escucha y los utiliza, transformando frustraciones personales en instrumentos para demoler obras auténticas del Espíritu.

Un cardenal de la Curia, durante largo tiempo al frente de un importante Dicasterio, comenta: «Quién sabe por qué Nuovi Orizzonti nunca fue comisariada, nunca se voltearon sus estatutos y nunca se iniciaron verificaciones internas. Al Dicasterio han llegado muchas cartas que denunciaban abusos de conciencia, con incluso pruebas, y luchas internas. Pero nada se tomó en consideración a pesar de las pruebas y las evidencias. Se habló mucho de “guías eternas” y a la Fundadora de Nuovi Orizzonti la tuvieron que obligar a usar su enfermedad para apartarla de la guíadel Movimiento, de lo contrario no se habría movido. Y, sin embargo, nadie hizo lo que ha ocurrido en muchos otros movimientos. Una rareza, en efecto. El hecho de que Banzato, Amirante, etc., accedieran a Santa Marta y llevaran a Andrea Bocelli, Fabio Fazio, Nek, etc., es seguramente una coincidencia».

Un carisma bajo tutela

En la raíz de todo, la carta enviada en las últimas horas a Davide Prosperi toca un nudo que atraviesa la historia de todos los movimientos eclesiales: cómo custodiar un carisma dentro de la institución sin desnaturalizarlo.

No se discute el principio de la obediencia eclesial, pero se pregunta si esta obediencia debe traducirse en un aparato de control. Cuando un movimiento nacido del encuentro personal con Cristo se convierte en un sistema de procedimientos, el riesgo es que el carisma, en lugar de ser custodiado, sea paulatinamente administrado. En estos años Silere non possum ha hecho públicas varias de estas cartas y tomas de posición, signo de un malestar difundido y profundo. No todas, sin embargo, han sido divulgadas: algunas hemos debido mantenerlas reservadas, para proteger la identidad de quienes las han firmado, dada la cultura de miedo que hoy se respira en la Iglesia y, de modo particular, dentro de Comunión y Liberación.
Estos pronunciamientos, sin embargo, hablan por sí solos: muestran un clima tenso, en el que la sinodalidad realparece ausente. Porque si los miembros de un movimiento deben recurrir a cartas para esperar —a menudo en vano— ser escuchados, significa que el diálogo está interrumpido y que la confrontación auténtica ha sido sustituida por una gestión cerrada, impermeable a toda voz crítica.

La cita que los firmantes han elegido para cerrar la carta es elocuente: «No estoy aquí para que tengáis como vuestras las ideas que os doy yo, sino para enseñaros un método verdadero para juzgar las cosas que yo os diré». Es una frase que Giussani gustaba repetir: la fe no es repetición de fórmulas, sino educación al juicio, es decir, a la libertad. Y precisamente aquí se juega el sentido de esta controversia: si la Fraternidad debe seguir educando a la libertad o si debe transformarse en una organización que gestiona desde arriba su carisma.

La nueva etapa

No se trata de oponer pasado y presente, ni de evocar nostalgias. El nuevo Estatuto era necesario para dar a CL una forma conforme al derecho canónico actualizado. Pero permanece abierta una pregunta: ¿qué relación hay entre reglay vida? Todo carisma, escribía Benedicto XVI, necesita una forma para no disolverse, pero si la forma asfixia el aliento, acaba por traicionarlo.

El tránsito que vive la Fraternidad es, por tanto, delicado. El nuevo Estatuto aporta orden, claridad, transparencia; pero la carta recuerda que el método con que se ejercita la autoridad eclesial forma parte del mensaje mismo que se transmite. Una Fraternidad puede ser jurídicamente intachable y, al mismo tiempo, educativamente apagada, si no conserva aquella confianza en la libertad que fue el sello más vivo del carisma de don Giussani. En el día en que la carta está fechada —1 de noviembre de 2025, memoria de todos los santos y día de la proclamación de san John Henry Newman doctor de la Iglesia— la referencia no es casual. Newman fue el teólogo de la conciencia, de la obediencia pensada, de la libertad interior que nace de la adhesión a la verdad. Este es el llamamiento implícito de la carta: que la obediencia eclesial no se convierta jamás en pura ejecución, sino que siga siendo lugar de libertad iluminada. El nuevo Estatuto marca el inicio de una etapa más institucional para Comunión y Liberación. Queda por ver si sabrá ser también una etapa de mayor madurez eclesial, capaz de custodiar aquello que la institución por sí sola no puede generar: la vida nueva que nace del encuentro y se renueva solo en la libertad.

p.F.P. y p.G.S.
Silere non possum